viernes, 11 de julio de 2008

"La seño" Cuento de Andres Rivera

Yo tenía ocho años, en 1977; ahora, tengo cuarenta y seis.
Un tío mío, a cargo de una unidad básica, me consiguió un puesto todo servicio –cafetero, mozo, lustrador de pisos, sereno, alcahuete gratificado– en la Municipalidad de Córdoba… Yo grité algo que no olvidé, en el otoño del ’77.

No me casé. Me acuesto con putas. Veinte, treinta pesos la sesión. ¿Querés una bucal?, preguntan las putas. Y sonríen. Y te dan un beso en la mejilla. ¿Querés que te la chupe? Y sonríen, comprensivas y dispuestas, las putas.

Sé leer. Sé escribir. Leí a Salgari y a otros que no me acuerdo cómo se llaman. No me acuerdo cuándo leí a Salgari y a los otros, pero guardo las revistas en las que los leí. Amarillean las páginas de las revistas en las que los leí.

Los tipos que conozco en la Municipalidad son muchos. Y esos tipos, que conozco, confían en mí. Marcelo, me dicen a media mañana, traeme una lágrima. Un cortadito, Marce. Comprame un atado de Jockey, Marce. Un domingo de elecciones, el tío que está a cargo de la unidad básica, me da unos pesos para el choripán, unos vinos, y una guacha barata. Y yo voto.

La política me importa una mierda: mi vida está hecha.
El chico gritó, azorado, medroso, estupefacto, que se llevaban a la seño. Se llevan a la seño, gritó el chico, azorado, medroso, estupefacto, en esa mañana de un otoño cordobés. Y no tendría más de ocho años ese chico, parado, rígido, en la puerta de una escuela de la ciudad de Córdoba.

Los chicos que concurrían a la escuela Ameghino, en los suburbios pobres de la ciudad de Córdoba, abandonaron las aulas, y con ojos abiertos por el asombro, corrieron, en tropel, hacia la calle.

También, las maestras. También, yo, amiga de María Ester, y que, después que se la llevaron, fui nombrada vicedirectora de la Ameghino.

Vi, en esa mañana sin sol de un otoño cordobés, a unos hombres que arrestaron, violentos, a María Ester hasta el interior de un Ford Falcon. Éramos amigas, María Ester y yo. Amigas desde que ingresamos al Normal.

María Ester era más inteligente que cualquiera de nosotras: sus promedios iban de siete a diez puntos; y los muchachos se creían bendecidos por Dios cuando la sacaban a bailar.
A María Ester la nombraron, apenas nos recibimos, directora del Ameghino.

Eran animales, animales salvajes, los alumnos del Ameghino. Y los papás y las mamás de esos delincuentes sólo querían sacárselos de encima. Por unas horas, sacárselos de encima, si la escuela los retenía. Después, cuando volvían a las casas, les daban con una rama larga de árbol. Y ni aun con esos castigos, podían domar a los canallitas.

¿Cómo logró María Ester que los canallitas la miraran arrobados, y balbucearan las tareas con la devoción de un cristiano, y se entusiasmaran con lo poquísimo que aprendían, con lo poco que penetraba en sus cerebros obtusos y desolados? Sólo Dios y la Virgen lo saben. Y San Gerónimo, para no olvidar al protector de la provincia y de sus ciudades grandes, y las menos grandes, y las más pequeñas a las que no llegan los ómnibus de línea.

Allí, en la puerta de la escuela Ameghino, uno de esos chicos, desventurado como todos los chicos que consideraban el aula como un mundo de castigo, y que sólo prevén, para sí, la suerte de las estrellas del fútbol, cuyas biografías me despiertan compasión y desagrado, gritó se llevan a la seño.

Cuatro hombres, en camisa, las culatas de las pistolas visibles contra las camisas, y sujetas, las pistolas, por los cintos de sus pantalones, arrastraban a María Ester rumbo a un auto con las cuatro puertas abiertas. María Ester aullaba.

María Ester, que era tan hermosa, sabía que le harían pagar su hermoso cuerpo, sus risas, su largo pelo castaño, sus pechos. Y lo que hizo, si es que hizo algo que los hombres, con sus armas a la vista, juzgaron era una afrenta a lo que fuese que ellos representaban. El silencio cayó, por fin, sobre la Ameghino.

Volví al aula que atendí durante tres años consecutivos. Uno de esos desarrapados, tal vez el que se animó a gritar se llevan a la seño, levantó la mano y preguntó por qué María Ester fue arrastrada hasta un auto con las puertas abiertas que, de inmediato, se alejó, los cuatro hombres enfadados y María Ester dentro de él. Yo le contesté al muchachito: Por ladrona.

sábado, 16 de febrero de 2008

Pacho Querido, venite a este blog


Pacho querido venite a este blog, la verdad que lo que haces esta bueno y me gusta, el unico problema es el titulo de "tu" blog, asi que bueno...
Y por el nombre de este ... bueno que va a ser...

Nada por hoy, despues veremos


Nada por hoy , solo esta foto de Zelda Fitzgerald que me perece muy sensual... muy belle epoc